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7 agosto, 2024

Lo que los competidores olímpicos pueden enseñarnos al resto sobre el dolor

Tras haber chocado su bicicleta contra una barrera, Katie Zaferes se encontraba en una ambulancia con la nariz rota y las encías lesionadas hasta el hueso, pero ella tenía una sola cosa en mente: ¿cuándo podré volver a entrenar?

Faltaban 17 días para la Gran Final de las Series Mundiales de Triatlón y Zaferes también competía por una plaza en los Juegos Olímpicos de Tokio. Así que, unos días después, estaba de vuelta, soportando el escozor del cloro de la piscina en los 23 puntos de sutura de su boca y el dolor sordo en la cara durante las carreras y los paseos.

“No es que me encante el dolor, pero lo acepto”, afirmó Zaferes, de 35 años, que ganó el campeonato del mundo ese mismo mes y se llevó a casa la plata y el bronce en los Juegos Olímpicos de Tokio. (Casi clasificó para los Juegos Olímpicos de París 2024, aunque irá como suplente).[1]

A pesar de lo sorprendente de su historia, no es poco común en el mundo de olímpico.

Los libros de historia están llenos de ejemplos de atletas que triunfan frente a lesiones aparentemente insuperables. Y lesiones aparte, el deseo de llevar el cuerpo a sus límites físicos puede, en sí mismo, ser un calvario que la mayoría de la gente no está dispuesta a soportar.

¿Cómo lo logran?

“Se podría decir que las y los deportistas de élite tienen una relación más amistosa con el dolor que la persona común”, afirmó Jim Doorley, Ph. D., psicólogo deportivo del Comité Olímpico y Paralímpico de Estados Unidos.

De hecho, una abrumadora cantidad de datos demuestra que las y los deportistas de alto nivel tienen una mayor tolerancia al dolor: tardan más en darse por vencidos. Algunos estudios indican que no solo tienen un umbral del dolor más alto, lo que significa que hace falta más estímulos para hacerlos sentir dolor, en primer lugar, sino que tienen también una menor sensibilidad al dolor, lo que significa que clasifican su dolor, por ejemplo, como un 4 cuando otras personas sometidas a la misma sensación lo califican como un 9.[2]

Es por eso que a las y los profesionales de la medicina, psicología y fisioterapia les interesa lo que ocurre en su cerebro y cuerpo. Según los expertos, siguiendo el ejemplo de los deportistas de élite, los simples mortales podemos mejorar nuestra forma física, afrontar mejor las adversidades e incluso prevenir o controlar el dolor crónico.

“Las y los deportistas de élite no son más que personas normales que practican deporte”, afirmó Colleen Louw, fisioterapeuta y especialista en dolor terapéutico y portavoz de la American Physical Therapy Association. “Tienen los mismos procesos biológicos que el resto y los mismos mecanismos de producción de dolor que cualquier otra persona. La diferencia es que aprenden a pensar en el dolor de una forma completamente distinta”.

¿Qué es el dolor?

Cualquier debate sobre la investigación del dolor debe comenzar con una advertencia crítica: el dolor es difícil de definir y aún más difícil de estudiar.

“Durante mucho tiempo, la gente hablaba de que el dolor era simplemente un reflejo del daño tisular”, afirmó David Sheffield, Ph. D., investigador del dolor y profesor de psicología en la University of Derby, en Inglaterra, “pero ha quedado claro que es una definición inadecuada”.

Incluso las personas que han perdido sus extremidades pueden sufrir lo que se conoce como dolor del miembro fantasma, y para muchos pacientes con dolor crónico el tejido se ha curado pero el dolor persiste. Por otro lado, las historias de la Guerra Civil cuentan anécdotas de soldados que sufrieron heridas atroces, pero no sintieron dolor alguno.

Luego están las competidores olímpicos.

¿Quién puede olvidar el salto de la gimnasta Kerri Strug, que ganó la medalla de oro con un esguince de tobillo en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, o el bronce de la remadora canadiense Silken Laumann en 1984, 73 días después de romperse la pierna derecha en un extraño accidente? Este mismo mes de febrero, la corredora estadounidense Fiona O’Keeffe, recién operada del tobillo, cruzó la línea de meta de su maratón olímpico de clasificación con el dorsal visiblemente ensangrentado por las rozaduras. Dijo a los periodistas que ni siquiera lo había sentido.

Por supuesto, el dolor agudo de una lesión grave es distinto del dolor que se siente al hacer brazadas en la piscina o al someterse a una agotadora sesión de fisioterapia.

“Los mejores deportistas son arrogantes en su enfoque del dolor inducido por el ejercicio, pero conservadores cuando se trata de lesiones”, afirmó Doorley.

Reconociendo lo subjetivo que es el dolor, la International Association for the Study of Pain modificó recientemente su definición a “una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con, o parecida a, un daño tisular real o potencial”.

Por razones éticas, es difícil reproducirlo en el laboratorio.

Sheffield y otros grupos de investigación han ideado diversas técnicas siniestras, como hacer que las personas estudiadas sumerjan la mano en agua helada, aplicarles una descarga leve o una varita caliente en el antebrazo, o inyectarles capsaicina (el extracto abrasador que hace picantes a los chiles) en las venas.

Estudio tras estudio, la evidencia empírica es clara, afirmó Sheffield, que acaba de publicar una revisión de 36 estudios en los que participaron 2.500 personas.[3]

“En pocas palabras, las y los deportistas son capaces de tolerar mejor el dolor que las personas no deportistas”, afirmó.

Pero ¿por qué?

La historia olímpica está repleta de atletas que triunfaron sobre el dolor, como la gimnasta estadounidense Kerri Strug, que saltó a la victoria con un esguince de tobillo en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996.

Las sustancias químicas del cerebro y el miedo

En el interior de cada uno de nuestros cerebros hay una farmacia de analgésicos “endógenos”, como las endorfinas (nuestra morfina preparada) y los cannabinoides (similares a las sustancias químicas del cannabis que nos hacen sentir bien).

Las investigaciones demuestran que durante y después de un entrenamiento riguroso, el cerebro libera estos opiáceos, reduciendo el dolor no solo durante el entrenamiento ─el legendario “subidón del corredor”─, sino también durante unos 30 minutos después.

El ejercicio más intenso refuerza y prolonga este efecto, conocido como hipoalgesia inducida por el ejercicio.

Aunque la ciencia es joven y las investigaciones son dispares, algunos teorizan que si el cerebro se somete repetidamente al dolor mediante entrenamiento, envía constantemente señales a la médula espinal y se vuelve muy eficiente para reducir el dolor, un fenómeno llamado modulación condicionada del dolor.

“Si te pegas en un dedo del pie, es evidente que te duele mucho y que vas a ir dando saltitos sobre un pie”, explicó Nils Niederstrasser, Ph. D., profesor titular e investigador del dolor en la University of Portsmouth, en Inglaterra. “Pero pongamos que luego te golpeas la cabeza contra la pared. Presumiblemente, sería menos intenso porque el cuerpo ya ha enviado las señales inhibitorias”.

Cuanto más entrena un deportista, más señales inhibidoras envía su cerebro y más ajustado se vuelve este sistema.

En esencia, el dolor mata al dolor, sentenció Niederstrasser.

El cerebro del deportista también puede procesar el dolor de formas que aún no se comprenden del todo.

En un estudio alemán, el equipo de científicos utilizó imágenes de resonancia magnética funcional (IRMf) para escanear los cerebros de 18 deportistas masculinos y 19 no deportistas mientras se les aplicaba calor doloroso en los brazos. Descubrieron que las regiones cerebrales que suelen iluminarse ante estímulos dolorosos estaban considerablemente menos activas en los deportistas.[4]

Dolor con propósito

Las y los deportistas de élite también se adaptan psicológicamente al dolor con el paso del tiempo.

“Cuanto más experimentan el dolor en el entrenamiento y más se esfuerzan por superarlo, menos se convierte en un desencadenante emocional”, afirmó Doorley. “Se produce un círculo virtuoso en el que más entrenamiento conduce a una mejor tolerancia al dolor, lo que permite un entrenamiento más intenso, que mejora aún más la tolerancia al dolor”.

Eddie O’Connor, Ph. D., psicólogo clínico y deportivo de Grand Rapids, Estados Unidos, trabaja tanto con deportistas de élite como con pacientes con dolor crónico. Asegura que las y los deportistas (a diferencia de muchos con dolor crónico) se benefician de tener un propósito claro para su dolor, ya sea una plaza en los Juegos Olímpicos o un récord personal.

“Saben que para conseguirlo tienen que provocar más dolor del que quizá hayan sentido nunca”, afirmó. “Eligen el dolor al servicio de la velocidad o el rendimiento”.

Conocer la diferencia entre el dolor que es peligroso y el que solo forma parte del entrenamiento o la rehabilitación también es clave no solo para mantenerse a salvo, sino también para aumentar la tolerancia, afirmó Louw.

“Cuanto más entiendas por qué te duele, menos ansiedad sentirás”, explicó. “Tu sistema nervioso se dispara cuando tienes miedo, y eso en realidad puede disminuir tu tolerancia al dolor”.

La ciencia lo avala. En un estudio, investigadores analizaron diversos rasgos de la personalidad de deportistas y no deportistas. Descubrieron que quienes tenían más “determinación” (definida como pasión o perseverancia hacia un objetivo) y menos miedo al dolor podían mantener la mano en el agua fría durante más tiempo.[2]

Karen Cogan, Ph. D., psicóloga deportiva del Comité Olímpico y Paralímpico de Estados Unidos, anima a sus atletas a considerar el dolor del entrenamiento ─los músculos que arden, el corazón que palpita, los pulmones que escuecen─ como una señal de que se están haciendo más fuertes.

“Tal vez no entrenes 8 horas al día como un atleta olímpico, pero una versión reducida de esto también puede funcionar para el resto de nosotros”, afirmó. “Puede ayudarnos a sacar lo mejor de nosotros mismos y hacer una diferencia”.

Todas estas tácticas psicológicas ─identificar un propósito para el dolor, comprender la diferencia entre dolor peligroso y dolor productivo, y controlar el miedo al dolor─ pueden aplicarse también para ayudar a pacientes con dolor crónico, afirmó Louw.

Para ellos, el propósito puede ser lanzar una pelota a un nieto, y un terapeuta de salud mental de confianza puede ayudarles a afrontar el miedo.

Lo que los demás podemos aprender

Una conclusión clave: “En cuanto a la prevención del dolor crónico, creo que hay argumentos de peso para afirmar que la actividad física puede ser beneficiosa”, observó Niederstrasser.

En un estudio publicado en PLOS One en 2023, investigadores de Noruega le dieron seguimiento a 10.732 adultos mediante evaluaciones dos veces, con ocho años de diferencia. Cuanto más activos físicamente fueron, más tiempo podían mantener la mano en agua fría, y los considerados muy activos eran capaces de tolerar el dolor durante 16 segundos más que los menos activos. Aún más alentador: las personas del estudio que aumentaron su nivel de actividad física en el curso de los ocho años también aumentaron su tolerancia al dolor.[5]

Otro estudio más pequeño mostró que andar en bicicleta tres veces por semana durante 30 minutos, a un ritmo enérgico, aumentaba la tolerancia al dolor en adultos mayores después de solo seis semanas. La propia investigación de Niederstrasser con casi 6.000 personas de 50 años o más ha demostrado que jugar al tenis, correr, nadar e incluso trabajar en el jardín puede ayudar a prevenir el dolor crónico a largo plazo.[6]

Para quienes acaban de empezar un programa de ejercicios y tienen dificultades para seguirlo, saber que la tolerancia al dolor aumentará puede ser motivador, afirmó Sheffield.

“Tanto por estar más en forma como por los cambios en la percepción del dolor, lo más probable es que al cabo de unos meses ya no duela tanto”, explicó. “Tus parámetros cambian y en cierto modo recalibras lo que es el dolor”.

Zaferes se siente identificada.

Incluso después de años entrenando al más alto nivel, reconoció que ella, y otros deportistas como ella, “no están por encima del dolor”. El ejercicio no suele sentarle bien cuando empieza. Y cuando se esfuerza tanto que siente los latidos del corazón en la garganta, no es inmune a la tentación de abandonarlo.

Pero ha aprendido a apoyarse en el dolor, una estrategia que también le ha ayudado fuera de la competición: durante el nacimiento de su hijo de 2 años, al afrontar el duelo por la pérdida de su padre e incluso al cumplir compromisos de hablar en público (que la aterrorizan).

“Creo que el dolor que se siente a través del deporte se traslada a la vida cotidiana de muchas maneras”, afirmó. “El dolor me ha llevado a sentirme más orgullosa de mí misma y a conseguir cosas que nunca habría creído posibles”.


Fuente: https://espanol.medscape.com/verarticulo/5912666#vp_1

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